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La Otra Cara de Liliput

la ciudad

En Liliput el verano no es síntoma de vacaciones, eso está claro ya que escribo esto desde el despacho en mis quince minutos del bocata. En Madrid últimamente no cambian mucho las cosas cuando llega el verano. Cuando era niño era asombroso como se quedaba la ciudad en la temporada de calor. No había nadie, los pocos que se quedaban amagaban saludos con los desconocidos con los que se cruzaban, en un intento de reafirmar su existencia; de indicar a los demás que seguían vivos, que llegarían a septiembre. También recuerdo esos pocos primeros días de agosto, en los que la ciudad se quedaba desierta, veías a las familias que empacaban lo que parecía toda una mudanza, para desaparecer un mes entero de sus vidas. Recuerdo el eco que llenaban las calles cuando hablabas, las tiendas cerradas, los bares muertos, los pájaros y animales campando a sus anchas, el silencio, y finalmente mi propia partida. La ciudad estaba cerrada por vacaciones. Luego ibas creciendo, empezabas la mítica lucha con los padres para conseguir poco a poco tu independencia; hasta llegar a ese momento en el que no deseas pasar las vacaciones en familia. Toda esta lucha era muy complicada, pero llegaba un momento en que conseguías separarte de ellos por los consabidos exámenes de septiembre. Si llegabas a la universidad estaba ese punto final, que se vayan de vacaciones, durante unos años te tocaba quedarte agosto estudiando, o lo que era lo mismo, el gran secreto de juventud, de vacaciones en Madrid. Y veías la ciudad como nunca la habías visto antes, tremendamente vacía, sola, desamparada. Los amigos con los que quedabas ya no eran veinte, eran tres. Los bares que habrían hasta las ocho de la mañana, no existían cerraban. Era otro mundo, la ciudad al revés. Era mágico, el mundo de los sueños, la tranquilidad, el verdadero descanso.

Pero eso era antes, cuando suspendíamos los exámenes en septiembre, cuando aún ibas a clases, cuando eras jóven. Hoy en día la ciudad ha cambiado, no sé si es que somos más europeos o más idiotas. Pero la ciudad ya no cierra por vacaciones. Notas más espacio en el metro, no mucho; que tu panadería cierra una semana, no más; que la gente se va diez o quince días, no un mes; que el ruido sigue presente, no hay silencio. Cuando empezó la gente a comprar aire acondicionado como locos, podías averiguar que vecino se había quedado en MadridAhora es imposible, hay demasiados encendidos, claro estas cosas las piensas dándelo a tu abanico, eres de los pocos que no sucumben a conocer el polo norte en agosto. Pero lo notas la ciudad ha cambiado, ya no se cierra por vacaciones

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